Como Dumbledore con su pensadero, me interesa volcar los pensamientos que considero importantes en algún lugar. Uso este blog para no olvidarlos, para recurrir a ellos de forma más explícita y menos distorsiva que en la mente misma, y también para compartirlos. Aunque no escribo específica ni únicamente sobre educación, soy maestra y educadora de alma, y este tinte estará presente en todas y cada una de mis palabras.
Así, los dejo flotando en el ciberespacio y en la posibilidad de cada uno de adueñarse de estos pensamientos, sin la necesidad de una varita mágica, pero con el requerimiento de una suspicacia particular.



miércoles, 17 de noviembre de 2010

Premios y castigos, como habilitadores de la palabra

Años, pensamientos, experimentos, libros, sujetos, sujetados, pensadores, educadores, psicólogos, biólogos, sociólogos pasaron ya desde aquella vieja teoría llamada "conductismo". Para el que no está en tema, un movimiento que, entre otras cosas, propone los refuerzos positivos y negativos (premios y castigos) como impulso para la educación de una persona. Muy simple: la ratita escoge el camino correcto en el laberinto, recibe un parmesano primera línea para disfrutar; la ratita se equivoca, se le descarga tensión eléctrica en su pequeño cuerpo. ¡Cómo aprendían esos increíbles seres a elegir las rutas adecuadas! Aprendían de todo, gracias a este método didáctico aplicado, condicionados por el estímulo positivo o negativo que recibían de acuerdo a su conducta. Si los animales aprendían de esta manera, tan eficaz y efectivamente, por qué no habrían de hacerlo los seres humanos. Se había encontrado la experimentación científica perfecta para justificar algo tan vagamente subjetivo como el hecho de aprender y enseñar, que necesitaba ser sometido a parámetros más exactos, objetivos y válidos.

De hecho, los niños aprendieron mucho por condicionamiento operante, recibiendo premios y castigos según su comportamiento, sus éxitos y sus fracasos. De hecho, durante años los niños aprendieron de esa manera, y no podemos decir que todos nuestros padres y abuelos sean brutos, malas personas, déspotas, mal-aprendidos o psicológicamente traumados por haberse formado bajo el sombrío velo del conductismo.

No me malentiendan: por suerte vinieron muchas teorías posteriormente, que cambiaron el paradigma de la educación en muchos sentidos. Aún estamos en la búsqueda, y sabemos que ningún extremo es bueno. Sin embargo, hoy en día se trata de poner al sujeto que aprende en el centro, acompañándolo desde su psiquis, intentando comprender que todos somos diferentes y tenemos nuestros tiempos y maneras de aprender, y procurando a la vez saber un poquito más sobre ese misterio que es el cerebro humano, los sentimientos, las emociones, las motivaciones, la especie humana, el pensamiento, la voluntad de aprender, las ganas de enseñar, las estrategias didácticas, los objetivos, los medios, los fines, en el amplio universo de la educación. Y todo esto, contextualizado y entendido en cada caso particular, en cada institución, en cada familia, en cada escuela y situación de enseñanza, sin la necesidad de encontrar leyes universales que esquematicen y encasillen el arte de enseñar y aprender.

Hoy vengo a revalorizar, re-categorizar, reformular, el premio y el castigo, tan demonizados por muchos, malinterpretados en algunos casos, descontextualizados o generalizados. Porque el problema es ese: que tendemos a demonizar, malinterpretar, generalizar y descontextualizar la historia de todo lo que nos sucede, de todo lo que va sucediendo. Este es solo un ejemplo más. Hoy vengo a revalorizar el premio y el castigo, como habilitadores de la palabra, la reflexión, el aprendizaje.

Y me gustaría que se me contextualice y entienda tal como deseo expresarme, aunque sé que es difícil.

Gracias a algunas experiencias que tuve como educadora, me siento con el derecho a decir que muchas veces es necesario, conveniente y bueno recurrir a los premios y los castigos en favor del proceso de aprendizaje de quien deseamos educar. Y esta vez me refiero, sobre todo, a la educación del ser en su totalidad, del crecimiento interior del chico, de las herramientas que podemos brindarles para que sean mejores personas, para enseñarles a pensar y tomar sus propias decisiones, pero siempre con conciencia y responsabilidad.

Es importante que el precio o castigo venga acompañado de la palabra, la explicación, la conversación. Dar lugar al otro a que también opine, responda, pregunte y se dé cuenta de lo que está sucediendo ("darse cuenta" en el sentido gestáltico de "tomar conciencia", para poder modificar). También es importante que el premio y el castigo sean coherentes con la acción que el niño o niña haya realizado. No soy la primera ni la última que haya dicho esto.

Pero también es muy importante poder recurrir a estas acciones cuando no existe otra posibilidad. Cuando se han probado diversos caminos y no funcionan, por muchísimos factores que están influyendo en ese aquí y ahora, y no permiten tomar otros caminos, seguramente más democráticos, pedagógicos, justificados; mejor vistos. Entonces, premiamos o castigamos a ese niño o niña, con la condición de que el premio o el castigo se conviertan en un puente habilitador de la palabra. Con la condición de hablar con ellos acerca de lo que está ocurriendo y, por qué no, poder prestar voz a un montón de cuestiones silenciadas, que justamente no permitieron otras formas de actuar, de intervenir. Es así como se permite, consecuentemente, la reflexión y el aprendizaje a partir de alguna situación, con refuerzos positivos o negativos de por medio, que permitieron que el educador aparezca como tal y aporte su granito de arena a la vida de esos niños.

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