Como Dumbledore con su pensadero, me interesa volcar los pensamientos que considero importantes en algún lugar. Uso este blog para no olvidarlos, para recurrir a ellos de forma más explícita y menos distorsiva que en la mente misma, y también para compartirlos. Aunque no escribo específica ni únicamente sobre educación, soy maestra y educadora de alma, y este tinte estará presente en todas y cada una de mis palabras.
Así, los dejo flotando en el ciberespacio y en la posibilidad de cada uno de adueñarse de estos pensamientos, sin la necesidad de una varita mágica, pero con el requerimiento de una suspicacia particular.



miércoles, 17 de noviembre de 2010

Los niños, niños son

Artículo escrito para la revista ECOS de la escuela Hölters, en el año 2006.
La vocación de enseñar en el Nivel Inicial es sin duda una de las profesiones más interesantes e intensas que existen. Puede esta no ser una opinión objetiva, dado que proviene de alguien que la ejerce… pero tampoco pretende serla. El hecho de trabajar con infantes nos abre un sinfín de puertas a un mundo que hemos transitado alguna vez, pero que ha quedado tan atrás que muchas veces lo confundimos y asemejamos a nuestro mundo, el mundo adulto. No son pocas las veces que, casi sin darnos cuenta, tratamos con los chicos adjudicándoles capacidades o juzgándolos como a un igual. Esto no sólo es un error que debemos corregir para ponernos en el rol que nos compete, el de adultos, sino que además al cometerlo les estamos haciendo mal a los propios niños. Se vuelve necesario ver a nuestros chicos como “otros”, personas con libertades y derechos individuales y también como parte del colectivo “chicos”, con sus particularidades y el respeto que merece. La infancia es algo que, como personas mayores, debemos preservar. La autora Perla Zelmanovich lo llama “amparo”, e introduce el concepto de “velamiento”[1] para ampliar esta cuestión. Se refiere a una suerte de velo que se convierte en protección para el niño, donde la función del adulto es dar sentido (en un mundo donde la falta de recursos, ideales y seguridad es cada vez mayor) y mantener una distancia necesaria con los hechos, los conocimientos, que permita a los niños aproximarse a éstos sin sentirse arrasados por ellos.
La misma autora propone el ejemplo de “La vida es bella”, la película de Roberto Begnini, para ilustrar lo mencionado. En ella, el padre del niño protagonista, a través del juego, pone un velo de significaciones a esa realidad inexplicable de los campos de concentración, a la que él también se haya sometido. Sin necesidad de llegar a tal extremo, no hace falta salir siquiera de las propias salas de cualquier jardín de infantes actual para ver las realidades terribles, duras e incomprensibles en las que los niños están inmersos. Cada vez con mayor frecuencia asistimos y participamos desde el jardín, en forma indirecta pero igualmente dolorosa, de casos de violencia familiar, falta de respeto, descuido, maltratos y demás circunstancias que los chicos absorben y con las cuales deben convivir. Creemos que aún no tienen las herramientas adecuadas para lidiar con ellas, canalizar esas experiencias, ordenarlas y enfrentarlas como un adulto podría hacer, y que es labor de los que los rodeamos construir un mundo diferente para ellos. No se trata de negar los hechos que suceden, pero sí de darles la posibilidad de constituir su subjetividad en un ambiente propicio para que puedan enfrentarlas mucho mejor cuando llegue el momento.
“Pensar las dificultades que tenemos los adultos para sostener la asimetría cuando la conmoción también nos toca, constituye un recaudo en tanto que obviar esa distancia pone en riesgo de potenciar y duplicar el desamparo de quienes portan, además, la vulnerabilidad propia de su condición infantil”[2].
Se trata de evitar que los chicos queden librados a su propia suerte, sumergiéndolos en una trama de sentidos que puede construirse a partir de palabras, números, dibujos y juegos.
No es que, como pedagogos, debamos reducir la infancia a algo que ya sabemos lo que es, lo que quiere y lo que necesita. Tampoco se trata de que como adultos, personas que tenemos un mundo, veamos la infancia como aquello que tenemos que integrar en nuestro mundo. Esta sería una visión demasiado soberbia y egocéntrica, y lejos estamos de querer llegar a eso. “Si la presencia enigmática de la infancia es la presencia de algo radical e irreductiblemente otro, habría que pensarla en tanto que siempre nos escapa: en tanto que inquieta lo que sabemos, en tanto que suspende lo que podemos y en tanto que pone en cuestión los lugares que hemos construido para ella”[3].
Probablemente se trate de encontrar cómo y dónde sostenernos nosotros adultos, para no transferir nuestra vulnerabilidad (que también existe) a los más chicos ni ponerla delante de ella. Tal vez se trate de sostener la “apuesta” de que tenemos algo para dar y mantener nuestro lugar como personas significativas, mediadoras con la sociedad y la cultura, creadoras de un vínculo fuerte que ayude a nuestros chicos a crecer y andar su propio camino.








[1] Zelmanovich, P. (2003) Contra el desamparo. En: Dussel, I., Finocchio, S. (comp.) Enseñar Hoy. Una introducción a la educación en tiempos de crisis. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Pág. 50.

[2] Ibidem 1. Pág. 52.

[3] Larrosa, J. (2000) El enigma de la infancia. En: Pedagogía profana. Buenos Aires. Novedades Educativas. Pág. 167.

No hay comentarios:

Publicar un comentario