Como Dumbledore con su pensadero, me interesa volcar los pensamientos que considero importantes en algún lugar. Uso este blog para no olvidarlos, para recurrir a ellos de forma más explícita y menos distorsiva que en la mente misma, y también para compartirlos. Aunque no escribo específica ni únicamente sobre educación, soy maestra y educadora de alma, y este tinte estará presente en todas y cada una de mis palabras.
Así, los dejo flotando en el ciberespacio y en la posibilidad de cada uno de adueñarse de estos pensamientos, sin la necesidad de una varita mágica, pero con el requerimiento de una suspicacia particular.



martes, 25 de octubre de 2011

“Efecto Pigmalión” y estigmatización -ó- disertación acerca de la normalidad

“Cuenta la leyenda que Pigmalión, rey de Chipre y escultor, no encontraba a la mujer que se acercara a su ideal de perfección femenina.
Cansado de buscar, esculpió en marfil a Galatea, su ideal de mujer. Su estatua era tan bella y perfecta que Pigmalión se enamoró de ella tanto que la besaba y la vestía con preciosas telas.
Pigmalión suplicó a Venus, la desea del amor, que su estatua cobrara vida para ser correspondido. Cuando volvió a casa, observó que la piel de la estatua era suave. Besó a Galatea y ésta se despertó y cobró vida, convirtiéndose en la deseada amada de Pigmalión”.


Hoy en día, se utiliza la expresión “efecto Pigmalión” para describir cuando las expectativas y creencias de una persona sobre otra afectan a esta de tal manera que tiende a confirmarlas.

Este efecto puede ser “positivo” o “negativo”. Del mismo modo que el desprecio por alguien puede convertirlo en despreciable, la confianza en una persona puede hacerla sentir tan segura de sí misma que se lleve por delante el mundo.

Quien me convierte en despreciable o en valiente no es cualquiera que me mira y me juzga. No vamos por la vida sintiéndonos afectados y constituyendo nuestra subjetividad y nuestro camino por lo que otros piensan y dicen de nosotros. Esos “otros” son “otros” significativos; adultos que nos “marcan” cuando somos chicos, porque ocupan un rol esencial en nuestras vidas.

Quisiera referirme a padres y especialmente a docentes.

El fenómeno “Pigmalión” se complementa con el concepto de Robert K. Merton de profecía autocumplida o autorrealizada, que deriva del “teorema de Thomas”: Si una situación es definida como real, esa situación tiene efectos reales.

Esto quiere decir que no reaccionamos simplemente a las situaciones, sino también (y sobre todo), a la manera en que percibimos tales situaciones y al significado que les damos a las mismas. Una vez que nos convencemos a nosotros mismos de que una situación tiene un cierto significado (más allá de que realmente lo tenga) adecuaremos nuestra conducta a esa percepción, con consecuencias en nuestra vida real.

¿Y cómo se construye nuestra percepción, nuestro sentido de la realidad? Freud decía algo así: lo que el sujeto percibe como real, es real ya desde el momento en que lo percibe así. Esta teoría se complejiza y enriquece al observar que esa realidad se construye no solo por lo que el propio sujeto percibe, sino por lo que “otros” perciben del sujeto como tal.


Como padres resulta muy difícil no depositar expectativas y deseos propios en los hijos. Es casi un mecanismo natural e inevitable. Es algo positivo, en última instancia, dado que los padres creen conocer y saber lo que es bueno (porque lo experimentaron ellos mismos) y quieren transferirlo a sus hijos (olvidando muchas veces que son seres separados, independientes, vidas distintas). Conviene tenerlo presente y no permitir que sea la única forma en que nos relacionemos con ellos. Conviene aplacar esta tendencia, principalmente para experimenten libertad de elección en sus vidas y, como adultos, acompañarlos sin presionarlos.

Es pertinente aquí recordar algunos fragmentos de la canción “Esos locos bajitos” de Joan Manuel Serrat (y permitir que la emoción nos invada):

“…Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir…”

“…Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción...”

“…Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós...”

También sucede que a veces los padres desconfían y descreen de sus hijos. Me animo a decir que esto sería algo así como el “efecto Pigmalión negativo” en el seno familiar. Esto es injustificable, a mi parecer, y produce consecuencias muchas veces irreversibles; un estigma con el que esos niños deben cargar toda la vida.

¿Quiénes creemos que somos para desacreditar a un hijo, despreciar lo que hace o lo que es, no apostar a sus sueños y a su futuro? Evidentemente se juega en estas situaciones una concepción enfermiza y omnipotente del ser humano y del ser padre.


El “efecto Pigmalión” (negativo), estigmatización y profecía autorrealizada son muchísimo más comunes de lo que se cree dentro de las escuelas.

Según Goffman, cuando estigmatizamos a alguien dejamos de verlo como una persona total y corriente para desacreditarlo ampliamente. El estigma recibe a veces también el nombre de falla, defecto o desventaja y siempre quiere confirmar la “normalidad” de otro que se contrapone.

No todos los atributos indeseables son tema de discusión; únicamente lo son aquellos que difieren de nuestro estereotipo acerca de cómo debe ser determinado individuo.   

Son constantes los comentarios de docentes “etiquetando” chicos, encasillándolos en un rol determinado, juzgándolos y sacando conclusiones apresuradas a partir de indicadores débiles y parciales. A veces esto queda en un sencillo y para nada malintencionado comentario entre colegas. Pero otras veces trasciende esa levedad y, queramos o no, tiene incidencia directa en la trayectoria escolar del niño en cuestión. Debemos hacernos cargo de esto, tener cuidado con las palabras, no menospreciar el poder que tienen.

Si no lo hacemos, corremos el riesgo de habitar una escuela que se vuelve expulsiva, estructurada, naturalizada, inamovible, homogeneizante; que olvida sus funciones democráticas e igualitarias.

¿Quién más adecuado que el maestro o maestra para creer en el chico, aceptarlo tal cual es, reconocer e incentivar sus virtudes y fortalezas para contrarrestar y minimizar sus debilidades? Si no lo hacemos nosotros, maestros, ¿quién si no? ¿Cuándo? ¿Dónde si no en la escuela?

Pienso que es un deber de los docentes reconocer el fenómeno de la estigmatización, conocerlo y detectarlo, si aparece, para evitarlo completamente. Aceptar que la normalidad no existe. Renovar una y otra vez nuestra esperanza en aquel niño que nos decepcionó. Re-significar nuestra concepción acerca de tal niño que nos desorientó. Reinventar nuestras expectativas hacia ese niño que se escapó del mapa de lo que esperábamos.

Pienso que es una obligación de los docentes utilizar el conocido y realmente cierto “efecto Pigmalión” en forma positiva, apostando a los alumnos, a todos ellos, mucho más allá de sus diferencias físicas, espirituales, ideológicas, sociales, conductuales, rozando sus almas y esencias que valen y deben ser reconocidas y valoradas para florecer.

Creer, aceptar y valorar al niño no significará necesariamente que ese niño se vuelva fuerte, exitoso, emocionalmente estable. ¿Qué cree y ve ese niño en sí mismo? ¿Y su familia? ¿En qué contexto se crió y se desarrolla? ¿Qué experiencias lo marcan y lo marcaron a lo largo de su vida? Son muchos los factores que influirán en ese chico para que sea lo que vaya a ser. Pero eso no nos habilita a resignarnos y no hacer nada al respecto. Creyendo, aceptando y valorando podemos estar SEGUROS de que estamos ofreciendo a ese niño la oportunidad que merece de que se vuelva fuerte, exitoso en lo que desee y emprenda, emocionalmente estable y resiliente para enfrentar adversidades.

No hay escuela más igualitaria y equitativa que aquella que, desprejuiciadamente, recibe y enseña a todos los niños como iguales en sus derechos y obligaciones (como ciudadanos) y diversos en su calidad de seres humanos (una escuela inclusiva, flexible en cuanto a sus reglas y su gramática, capaz de contener y brindar una educación de calidad a todos los niños y niñas que a ella asistan).