Como Dumbledore con su pensadero, me interesa volcar los pensamientos que considero importantes en algún lugar. Uso este blog para no olvidarlos, para recurrir a ellos de forma más explícita y menos distorsiva que en la mente misma, y también para compartirlos. Aunque no escribo específica ni únicamente sobre educación, soy maestra y educadora de alma, y este tinte estará presente en todas y cada una de mis palabras.
Así, los dejo flotando en el ciberespacio y en la posibilidad de cada uno de adueñarse de estos pensamientos, sin la necesidad de una varita mágica, pero con el requerimiento de una suspicacia particular.



viernes, 22 de abril de 2011

Ser Maestra Jardinera, y yo como Maestra, en un Jardín particular

Cada trabajo tiene sus particularidades, pero ser Maestra Jardinera, no es siquiera parecido a nada. Naturalmente, uno establece comparaciones entre una labor y otra, en cuanto al cansancio que implica, el nivel de compromiso que requiere, el agotamiento mental o físico, la cantidad de horas que uno debe pasar haciendo la tarea, el tipo de actividades que tiene que desarrollar en tal o cual puesto. Sin ánimos de creerme una experta en el asunto, ser Maestra Jardinera no es parecido a nada. No pierdan el tiempo poniéndolo en la balanza con otros trabajos que nada tienen que ver con esta profesión.  No lo digo para bien ni para mal. Son, sencillamente, cosas distintas.

Seis años en el Nivel Inicial, junto con una auto-exigencia particular, me dan crédito para decir que el nivel de energía que se pone al estar frente a una sala es muchísimo. Y es un nivel de energía sostenido a lo largo de todas las horas que se está allí. Siempre a tope y siempre constante. Hablo de la energía que día a día se juega en el estar, el enseñar, el contener, el acompañar a chicos menores de cinco años.

El grado de compromiso mental y físico en la tarea, tienen como consecuencia un agotamiento parcial de todas las funciones útiles del cuerpo y la mente de una persona, que tardan horas y siestas en recuperarse. Compromiso por la responsabilidad que conlleva estar a cargo de tantos chicos, compromiso de tener una parte nada menos que de su formación y educación en tus manos, compromiso de tener que poner el cuerpo a cada momento y siempre en función de ellos.

La enorme responsabilidad que se tiene como maestra jardinera, se carga como una mochila de la cual se está orgulloso, pero pesa. Responsabilidad sobre sus vidas, acciones, conductas y estados de ánimo durante muchas horas del día. Responsabilidad de poder ser agente que ofrezca oportunidades únicas de aprendizaje, con actitud inclusiva y acogedora.

Interesante es la postura que uno tiene que sostener, mostrar y mantener estando en contacto con tanta gente diversa, a la cual gustar, convencer, reconfortar, rendir cuentas, divertir, respetar, valorar… padres, chicos, directivos, dueños, jefes, ayudantes, colegas, cocineras, que hacen que uno tenga que estar casi siempre (si no siempre) con una sonrisa de oreja a oreja, comunicativa, feliz y de pie, durante todas las horas en que una es Maestra y no tanto persona…

La libertad que uno experimenta puertas adentro, en la sala, es irrepetible. Y bien ejercida, es un regalo del cielo y una gran herramienta para hacerles mucho bien a los chicos y aportar positivamente a su crecimiento y desarrollo.

La satisfacción de parte de una sonrisa a los 2, a los 3, a los 4, a los 5… es inigualable. Edades donde las sonrisas no se regalan ni se fingen, sino que se brindan en todo su esplendor cuando se siente felicidad. Y la Maestra está sembrando felicidad en los chicos, a través de cuentos, de títeres, de rondas, de juegos. A través de su dedicación. Todo esto le es devuelto en sonrisas y” te quieros” de parte de la más pura niñez que abraza.

Cada uno de estos párrafos está, en mi caso, acompañado de un sinfín de imágenes mentales concretas, recuerdos, emociones, sensaciones. La memoria también se ejercita siendo maestra jardinera. Listas enteras de chicos que aún rememoro, con nombre y apellido, y, sobre todo, con sentimientos, carácter, particularidades, personalidades… miles de corazoncitos que pasaron por la sala de 4 con la Seño Cami en algún remoto año o hace poquito, y dejaron una huella en mí, tanto como yo en ellos.

Unas cuantas colegas aún siguen ejerciendo el oficio y no puedo dejar de admirar. Personas a cargo de dirigir, administrar, manejar, rumbear y sostener la institución-jardín desde la cabeza, siempre hicieron su trabajo con la pasión, el interés y el profesionalismo que la tarea requiere.
Y, cada día, estos colegas, directivos, secretarias pusieron UN POQUITO MÁS que todo esto. Ese “poquito más” que solo conocemos las maestras jardineras o quienes trabajan en un jardín.
¿De qué está conformado ese plus? Imposible explicarlo. Algunos ingredientes principales son: la buena predisposición, la actitud, la inagotable energía de todo un grupo de laburadores con buenas intenciones…


Yo amo al Jardín de Infantes Hölters porque me permite hoy escribir todo esto, con cariño, y sintiéndome aún parte de él. Quiero rescatar el sentimiento de pertenencia. ¡Qué bendición que una institución educativa sea un lugar de pertenencia para quienes pasan por ella! Porque, no me cabe duda, los chicos y familias que transitan el jardín año a año deben sentir lo mismo que yo estoy expresando. Y eso es lo más fantástico que puede brindarles la escuela a los niños y a la comunidad.

Desde que fui a una primer entrevista con mi CV bajo el brazo (y esto no me lo olvido más), sentí que ese era MI lugar. El verde de las hojas, del pasto, los caminitos, los cientos de árboles que allí están plantados, me hicieron desear quedarme. No me equivoqué; era mi lugar, y pude disfrutarlo y quererlo todos los años que allí me desempeñé como docente.
Después de mucho tiempo sigo admirando el verde, las flores, el amarillo del otoño, el rocío de las mañanas en el parque y el sol en las grandes ventanas de las salas. Pero me doy cuenta que eso no significa nada (ni hubiera significado en un principio), si no se jugara una energía y un clima afectivo tan especial, como el que se juega todos los días en ese predio.
No me equivoqué. Ese fue mi lugar y lo seguirá siendo, de diversas maneras. Guardo los mejores recuerdos y una experiencia vivida y capitalizada, que llevaré conmigo eternamente y con orgullo.