Como Dumbledore con su pensadero, me interesa volcar los pensamientos que considero importantes en algún lugar. Uso este blog para no olvidarlos, para recurrir a ellos de forma más explícita y menos distorsiva que en la mente misma, y también para compartirlos. Aunque no escribo específica ni únicamente sobre educación, soy maestra y educadora de alma, y este tinte estará presente en todas y cada una de mis palabras.
Así, los dejo flotando en el ciberespacio y en la posibilidad de cada uno de adueñarse de estos pensamientos, sin la necesidad de una varita mágica, pero con el requerimiento de una suspicacia particular.



jueves, 4 de julio de 2013

Diario de viajes VII: Neuquén, Junio de 2013

Capacitación en una escuela primaria de Plottier, Neuquén.

Me recibieron con mate cocido y un pan con Manteca.



Hace cuánto no veía esta combinación divina. Para mí el título de ese cuadro era “la calidez de las escuelas rurales de nuestro país”. Así quise llamarlo y así empezó mi día.
Todos los maestros estaban desayunando: en los pasillos, en la dirección, en algún aula aún vacía. Una señora servía tazas de café o mate cocido y repartía las rodajas de pan con manteca para acompañar. Estaba en el patio central de la escuela. Los chicos que iban llegando podían también servirse, si bien este desayuno no estaba pensado para ellos. El clima que se vivía era muy alegre, casi festivo. Los chicos sonreían, las maestras y maestros se mostraban jocosos, todos interactuaban, hablaban, se miraban, se abrazaban, se acercaban en forma espontánea, mucho respeto y cariño.

Un maestro entró en la dirección, donde estaba yo y otras personas, con un ojo completamente morado y moretones en su nariz y mejilla. Era impresionante. Alguien me quitó la responsabilidad de preguntarle qué le había pasado. Me ganaron de mano y yo solo escuché la respuesta: se había lastimado con un bruto palo de leña, al intentar cortarla con un hacha. Le había saltado un pedazo del mismo a la cara con fuerza y este era el resultado. “Por suerte no me desmayé”, decía. E inmediatamente agregaba: “todo un desafío dar clase con el ojo negro”. Claro que sí, no me cupo duda: era un gran desafío mirar a los chicos con la cara así, continuar enseñando y pasar las horas sin ser el foco de atención, pero desafío aún mayor había sido concurrir a la escuela así, no faltar, derrochar ese humor y esa vitalidad a pesar de las circunstancias (pensaba yo mientras lo escuchaba). Era impresionante y era un vivo reflejo del espíritu de la escuela, que pude ver florecer en varios rincones a lo largo del día.

Fue una de las capacitaciones más ricas que tuve en cuanto al feedback que me proporcionó ese grupo de maestros. Los proyectos de lectura que casi instintivamente llevaban a cabo eran maravillosos. Tenían menos formación inicial y permanente que miles de maestros de capital, lamentablemente, pero tanta más empatía con los chicos y el entorno. Lograban resultados emocionantes. Una maestra contó que les hacía leer en voz alta a los alumnos. La consigna era que leyeran cualquier cosa, como si fuera poesía. “Para que reparen en la sonoridad de las palabras. Para que se animen. Para que actúen cada frase. Para que se emocionen y sientan.” A un chico le costaba mucho ese ejercicio. Pasaban los meses y le seguía costando. Un día esa Santa Maestra le dijo: “¿Sabés por qué no te sale? Porque no te la creés. Creetelá. Creete que sos el mejor lector de la tierra y leé.”



La pasé muy bien durante la jornada. El clima que se generó fue ameno. Por momentos daba la sensación de que nos conocíamos de toda la vida y nos habíamos juntado a charlar. Pero estábamos aprovechando cada instante de esas charlas, creciendo, aprendiendo, conociéndonos, disfrutando. Cuando les pregunté a los maestros presentes si les gustaba leer y si recordaban cómo habían entrado en el mundo de los libros, Juan respondió: “en un momento de mi vida tuve la convicción de que los feos teníamos que ser al menos intelectuales. Mi inspirador era Dante Caputo.”



Los maestros me sorprendieron con historias personales variadas e interesantísimas: muchos venían de entornos rurales, sus hogares y trabajos pasados se habían desarrollado en estas zonas. Una maestra abrió el juego contando alegremente que eran muchos hermanos, eran 11, incluyendo 3 pares de mellizos.  Otra docente contó que su hermano era poeta nato, que le encantaba escribir y recitar poesías. Los colegas presentes aclamaban a coro que me contara la “poesía de la abuela”. Aparentemente, una obra que conocían. La maestra, con cierto pudor y mucho humor, me comentó que su hermano había escrito un poema en honor a la madre de su madre, efectivamente, en el que escribía cosas como: “los calzones de mi abuela, 50 kg. netos Industria Argentina”. Todos estallaron en risas y entretanto me explicaban: la abuela estaba algo excedida de peso y confeccionaba su propia ropa interior con bolsas de harina, que eran de algodón. Cuando las colgaba en la soga para que se sequen, podían leerse en el reverso o el anverso de la prenda inscripciones tales como las que el poema describe.


La desfachatez con la que este equipo profesional relataba sus experiencias de vida era la mejor muestra del goce al que puede accederse con el arte de narrar.