Como Dumbledore con su pensadero, me interesa volcar los pensamientos que considero importantes en algún lugar. Uso este blog para no olvidarlos, para recurrir a ellos de forma más explícita y menos distorsiva que en la mente misma, y también para compartirlos. Aunque no escribo específica ni únicamente sobre educación, soy maestra y educadora de alma, y este tinte estará presente en todas y cada una de mis palabras.
Así, los dejo flotando en el ciberespacio y en la posibilidad de cada uno de adueñarse de estos pensamientos, sin la necesidad de una varita mágica, pero con el requerimiento de una suspicacia particular.



martes, 27 de marzo de 2012

Diario de viajes II: Santiago del Estero, Marzo de 2012.

Capacitación en la Escuela Rural nr. 15, Sumamao, Santiago del Estero + Visita de monitoreo a la Escuela Rural nr. 7 en Villa Guasayán.

Llegué hoy a las 17 hs aproximadamente. Dejé mis cosas en el ya conocido Carlos V y salí inmediatamente a pasear por la peatonal y la plaza Libertad que recordaba. Santiago estaba vacío. Los negocios cerrados y ni un alma en la calle. Un auténtico toque de queda, pensé.

Estaban durmiendo la siesta.

Entretanto merendé, fui al gimnasio y a la pileta del hotel. En mi viaje pasado no había pisado el segundo piso. ¿Pileta? No tenía malla. ¿Gimnasio? Ni pensado. Esta vez, con 30 kg menos y más confianza en mí misma, me dispuse a un viaje de placer. Evidentemente lo planeaba así ya antes de llegar, porque me traje la malla, por ejemplo. 


Mañana tengo una capacitación que dar. Dura todo el día y, como en cada capacitación que está a mi cargo, me siento responsable y soy muy exigente y perfeccionista. Sin embargo, aún no probé los equipos sin repasé los contenidos o los datos de la institución a la que voy, como hago otras veces. Algo tendrá que ver con que la capacitación es para mí parte de este viaje de placer y planeo disfrutarla tanto como esta tarde en el solárium, con un libro y un exprimido de naranja acompañándome.

La noche santiagueña no es especialmente linda. Pero me siento segura y camino sola por todas las calles que quiero. Debo admitir que suelo pensar que no me va a suceder nada malo (y lo creo). No logro dilucidar si es ingenuidad, optimismo o realmente atraigo buena energía al punto al de que realmente nunca nada malo me pasó. Lo que sí, la noche santiagueña tiene más movimiento que Mar del Plata en temporada alta. Todos los días son miles de personas las que se ven en la calle después de las 20 hs. Pero mucha. Te chocás. Tráfico que tienen que regular policías. Las plazas llenas. Las peatonales intransitables. Los bares repletos. 
 
Pienso que puede tener que ver con la terrible siesta que se duermen a la tarde. Sino no me explico tanta energía a tales horas.

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Estuve capacitando en Sumamao el miércoles 21/3.


El viaje en remis fue bueno, aunque tuve la inquietud de saber un poco más acerca de la flora y la fauna del camino, pero no tuve suerte. Le pregunté al remisero de qué eran esos nidos en los postes, porque llamaba la atención el tamaño y la cantidad que había. Me dijo: “De pájaros”. Decidí no preguntarle nada más.

La capacitación resultó una hermosa jornada. Llegué y me recibieron la directora y las 2 maestras de la escuela. Suspendieron las clases para este encuentro, porque les es imposible participar y ocuparse de los chicos al mismo tiempo, siendo tan pocas. Tuvo injerencia la supervisora, que no solo autorizó que lo hicieran de esa manera, sino que se acercó justo cuando estábamos por empezar la capacitación y se quedó todo el día, participando activamente en ella, porque resultó ser una apasionada de la literatura y de la educación. Nos entendimos muy bien.


Me causan gracia las relaciones en el interior, que es un pañuelo en comparación a lo que estamos acostumbrados los porteños: el marido de la directora es el hermano mellizo de la supervisora, que también es supervisora de otra escuela donde una de las maestras asistentes a la capacitación es directora.

Antes de empezar la capacitación charlamos largo y tendido todas las presentes, sobre diversos temas que luego fuimos retomando. No concibo una jornada de capacitación sin este espacio de charla, que además implica contacto visual, acercamiento físico, emocional, intelectual y sienta las bases para que el encuentro sea dialógico, que es para mí una condición fundamental.

Entre los distintos tópicos surgió la política y las políticas, y, debo decirle, Sra. CFK, que al menos los docentes de Santiago del Estero no la quieren ni un poquito. Con contundentes argumentos y vasta experiencia describieron a la justicia social como “justicia social para los desempleados e injusticia social para los empleados”.

Se quejaron especialmente de la política basada en planes sociales, lo cual comparto plenamente, que genera desidia, vagancia y hasta falta de respeto de los padres hacia la escuela como institución y los maestros como autoridad, dado que exigen siempre más y más sin dar nada a cambio, cómodos en la postura de tener todo (o mucho) resuelto, sin ningún tipo de esfuerzo. Más chicos van a la escuela, sí, pero muchos carentes de un cuaderno, un lápiz, una cartuchera, aunque, eso sí, con zapatillas nuevas y carísimas, y con sus progenitores embadurnados de joyas y celulares último modelo. Que haya más chicos en la escuela no mejora la educación (cuando es una medida descontextualizada y mentirosa) y nada garantiza que la plata de los planes vaya donde tiene que ir.

Por más empeño que tengan los maestros en recibir a esos chicos, educarlos, darles comida, contención y oficiar de padres, hermanos, amigos, abuelos sustitutos, no dan a basto, no es lo que corresponde y caen de maduro las falencias de este tipo de medidas “pan para hoy, hambre para mañana”, alegría inmediata de tener la plata en mano y no saber qué hacer con ella, y alimentar actitudes conformistas, limitadas, erradas, egoístas y contraproducentes para un proyecto nacional educativo con buenas intenciones.

Volviendo a las docentes de la Escuela nr. 15, la sensación que me invadía al estar con ellas era la de voces que necesitan ser escuchadas. Vaya si tenían cosas para decir… y yo quise convertirme en interlocutora válida de cada una de sus historias de vida, de sus opiniones, de sus emociones, de sus anécdotas, de su vocación, de sus aprendizajes, sus temores, sus expectativas y deseos, porque de todo eso me llevo un poquito y me lo quedo para siempre, porque todas tenían (y yo misma tenía) cosas para aportar y compartir y ese todo es definitivamente más que la suma de las partes, y es lo que hace a la grandeza del ser humano.

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Llegué a Villa Guasayán a la mañana del jueves y me esperaban los maestros y la directora desayunando en una de las galerías de la escuela. Habían juntado 4 pupitres y se sentaban alrededor a tomar mate cocido y comer bizcochos. Los chicos desayunaban a la par en el comedor. Se incorporaban a medida que iban llegando la mayoría en bici (no importa la edad), por el campo embarrado, sin la compañía de adultos.

Después de desayunar tranquilos todos, fueron a las aulas. Yo me fui al Rincón de Lectura con Lucía, la directora, y luego distintos docentes se iban turnando para venir y contarme cosas acerca del proyecto, de los libros, del uso del espacio, etc. Saqué unas fotos divinas del Rincón armado y acondicionado a pulmón por la comunidad. 


Al poco rato vino el profesor Alejandro y me propuso acompañar a él y a sus grados más grandes (8vo y 9no) a una caminata por el monte. A Lucía le pareció una buena idea. Acepté. Estuvo espectacular la experiencia. Nunca había estado en un paisaje así (era como si me hubieran insertado a mí en un paisaje pintado). Me maravillaron los animales sueltos, las quebradas, las ruinas de viviendas, morteros y hornos indígenas, las pencas con tunas (aprendí que así se llamaban los “cactus maravillosos” que yo veía en mi anterior venida a Santiago) y, sobre todo, el olor a tierra, plantas y aire fresco, y nada más. 


Vi palos borrachos silvestres crecidos cual yuyos en las laderas del cerro y me impresionó lo naturalizadas que tenemos ciertas imágenes (por ejemplo, el palo borracho en una vereda o un cantero rodeado de asfalto). Los chicos, divinos, corrían y trepaban el cerro como cabritas. El profe los dejaba hacer. De vez en cuando, con la parsimonia santiagueña a flor de piel, les decía “cuidado chicos, no tan alto” o les hacía algún chiste.


¿Que si la directora pidió autorización para sacar a los chicos de la escuela? ¿Qué si todos los padres mandaron los papeles correspondientes y firmaron un acta en que delegaban la confianza de velar por el cuidado de sus hijos durante las salidas? Nada de eso. ¿Que qué pasaba si un chico se lastimaba con alguna laja suelta y volvía sangrando? Lo sanaban con los primeros auxilios de la escuela, curitas, vendas, pervinox y a otra cosa mariposa.

Sé que no tenemos en Buenos Aires el privilegio de tener el monte a la vuelta de la esquina, pero no dejo de pensar la ridícula burocracia y paranoia alrededor de las experiencias de paseos y excursiones puertas afuera de la escuela, que terminan no concretándose nunca.

Volvimos del paseo y los chicos ya se iban a sus casas. Agarraban sus cosas y se iban yendo, solos, en bici, en burro o en el auto de algún familiar, que los iba a buscar. No había nadie en la salida monitoreando todo. Los docentes y la directora iban y venían saludando y haciendo sus cosas. Simplemente no existía el pavor de que se roben a algún chico (ni se creía tan tontos a los chicos de irse con cualquier extraño) ni se les pedía documento o autorización por escrito a cada uno de los que venían a retirar a los niños (a lo sumo se les preguntaba). Yo sé que es un tema complicado y controvertido, pero, sinceramente, me parecía gente más humana y racional.

Me parece bien que se tomen recaudos para preservar a los chicos y apoyo la idea de comportarse responsablemente como agente educador. Pero todo tiene un límite; y, para mí, nada llega a buen puerto regido por la desconfianza en el otro y el protocolo carente de sentido común.

Me quedó un pensamiento dando vueltas: inevitablemente los chicos en Santiago u otras provincias del interior con este ritmo de vida, de estudio, de clases, de exigencia, son “más ignorantes” que en Buenos Aires, en lo que hace a lo que llamamos saberes escolares, saberes académicos y preparatorios para los estudios superiores. Obviamente es una mirada sesgada la mía, y empañada por mi propia experiencia. Pero vuelvo a lo mismo: en ese sentido sí están en desventaja y dudo mucho se acerquen siquiera al nivel cultural de la gran ciudad. La pregunta es: ¿es la escuela de la gran ciudad la que vale, la mejor, la que tiene sentido, la que prepara para la vida, la que transmite saberes significativos a los alumnos? La caminata por el monte me dio la pauta de que hay al menos algunas cuestiones que sería bueno repensar.

martes, 20 de marzo de 2012

Diario de viajes I: Santiago del Estero, Octubre de 2011

Capacitación en la Escuela Rural nr. 7 "República del Salvador", Villa Guasayán, Santiago del Estero.



Primero sentía nervios graves por la capacitación, soledad, desarraigo y desolación por estar viajando sola, miedo de mandarme cagadas de cualquier tipo. Esto fue ayer, cuando llegué y mientras estaba en el aeropuerto y en el avión. Las sensaciones habrán durado una hora, o media. Cuando llegué al hotel y me contacté con la gente de acá, me sentí ya cómoda y protegida.


Los santiagueños son muy amables y amorosos.

El cariño y bienestar se ven magnificados por ser esta la tierra de mi querida Queo. Todos se parecen un poco a ella y en cada voz y tonada me parece escucharla y sonrío.
Preparé todo para la capacitación. Primer punto: todo funcionaba y no parecía hacerme olvidado nada.

Me fui a dormir temprano.

Me gustó tener la iniciativa de llamar a la directora de la escuela y cambiar mi viaje en remis con espera y regreso, por un viaje hasta San Pedro de Guasayán donde ella me recibiría con una combi y otros maestros para ir a la Villa. Para el regreso aseguró que no debía preocuparme, porque algunos se volvían para Santiago en auto y me llevarían.

Me sentí a gusto y ya quise mucho a Lucía Petrona Castillo, la directora.

Me levanté muy muy temprano, como debía, y el remis me buscó por el hotel. El que manejaba era un chico muy joven. Era amable y conducía bien. Escuchamos mucha cumbia, canciones populares remixadas y enganchadas, y MIRANDA! Excelente para mí.

Dormí gran parte del viaje. El trecho en que estuve despierta observé caminos sinuosos, cerros, aridez, animales sueltos, muchas perdices y unos cactus espectaculares.


Llegamos a la entrada principal de San Pedro de Guasayán. Llegó Lucía con la combi y los docentes.

¿Qué esperaba encontrar ella? ¿Qué habrán pensado al verme? ¿Y al escucharme por primera vez?

Yo iba abierta y decidida a EMPAPARME con historias de vida, lugares, emociones, gente, caras, palabras. Y así fue. Salí definitivamente engrandecida y agradecida con esta experiencia de vida.

El camino desde San Pedro de Guasayán hasta Villa Guasayán, donde quedaba la escuela, era de tierra y estaba en pésimo estado. La directora y el chofer se reían y me contaban que hace muchísimo les prometieron arreglarlo y no lo hicieron, pero que ahora “está hecho una autopista de lo bien que está” por las pequeñas cosas que le arreglaron. Que se tardaba antes 2 horas en recorrerlo en auto (son 35 km) y ahora solo hora, hora y media.

Nadie quiere ir por este camino porque destruyen los vehículos. Así, Villa Guasayán queda aislada y desamparada, mientras no se dignen a arreglar el camino en cuestión. El camino tiene pozos gigantes y piedras. Hay que transitarlo por un costado cerca de la orilla y conocerlo muy bien para no hacer un desastre. Para colmo, en la zona no llueve nunca, con lo cual el polvo vuela y cuesta aún más que las máquinas trabajen. Cruzamos una máquina volcada, bloqueando el camino. Sacamos fotos y la directora se ríe exclamando: “A ver si aprenden con esto y se apuran, que hace meses están en el mismo lugar haciendo lo mismo”. 


La situación es abordada con gracia, desdramatizando, por toda la gente que día a día anda ese camino y no le importa nada más que llegar a la escuela, su lugar, para enseñar y encontrarse nuevamente con sus maravillosos alumnos, su tarea y su cerro de fondo (el monte).

El monte es muy importante para la gente de acá. Más o menos patriotas, lo nombran y lo viven como parte de sus vidas y de sí mismos.

Lucía le escribió un poema al monte santiagueño y a la desolación que alguien sintió alguna vez cuando lo deforestaron y explotaron, devastándolo.

Lucía es poetiza, además de maestra de primaria, técnica granjera y estudiante de profesorado de Nivel Medio.

Hace 18 años que vive en San Pedro de Guasayán y trabaja en esta escuela, y me hizo una confesión: quisiera jubilarse aquí, no irse nunca más. Yo creo que lo va a cumplir.
Escribe poemas propios y escribe otros para su sobrina de 9 años, en base a lo que ella le cuenta (pone en palabras sus historias y los firman juntas). A fin de año Lucía publicará su primer libro de poesías (asegura que es el primero, porque habrá muchos más).

El poema acerca del monte se llama QUERENCIA y lo recitó maravillosamente al finalizar la capacitación. Pero el poema que inició estas charlas y desencadenó que Lucía se abriera y me contara todo esto, se llama UN GAUCHO PARA APUNTALAR LA PATRIA, y es el poema que escribió a raíz de una experiencia vivida en el año 2008. El relato de esta experiencia fue emocionante hasta las lágrimas. Me lo contó en la combi yendo a la escuela, y cuando me comentó que el poema resumía esta historia y que lo leyó ante muchas personas y todos lloraban, no me cupo duda de que así había sido y no era para menos. 


Así cuenta esta historia:

La escuela había estado cerrada por peligro de derrumbe… por 3 años. Daban clases en las casas o al aire libre, bajo los árboles. Pidieron a todas las autoridades correspondientes que resolvieran el tema y jamás lograron nada.
Un día pidieron turno para hablar con el gobernador y se los concedieron, para dentro de varios meses. Lo tomaron y fueron, Lucía y un séquito de maestros y familias de Villa Guasayán. Lucía fue la portavoz. Al contarle el problema al gobernador cara a cara y frente a todos, muy humildemente y pidiendo perdón por molestar, el gobernador quedó atónito. No podía dar crédito a lo que escuchaba. Dijo que él nunca había escuchado esta historia, que cuando él le preguntaba a su gente cómo estaba todo, le respondían “todo bien” por miedo a que él se enojara o a pasar vergüenza, y que no podía creer en todo este tiempo nunca haberse enterado de nada de todo esto, que era una barbaridad lo que estaba pasando y él les daría todo lo necesario para reabrir o rehacer la escuela.
Llamó a su servidor, quien había estado reunido con Lucía en reiteradas oportunidades y le dijo perplejo que él estaba al pedo. Que por favor se retirara del cargo y deje el puesto a alguien que quiera laburar.

Llamó al arquitecto de obras públicas que había bicicleteado a Lucía muchas veces y le preguntó qué era lo que pasaba. Cuando el arquitecto comenzó a hablar de expedientes y quiso acercarle carpetas, el gobernador le dijo que guarde todo ya, que no quería ver absolutamente nada y que le daba 10 días para empezar a trabajar. Si el terreno no servía, o lo que fuera, tirara la escuela abajo y la volverá a hacer.
Así fue. Todo.

Se hizo una nueva y hermosa escuela con todas las necesidades cubiertas.
Con pisos, con cocina, con paredes (anteriormente las “aulas” estaban divididas con durlock y no hasta arriba de todo, y el profe de inglés se volvía loco y exclamaba “oh my god” mientras sus palabras eran interrumpidas por “la lechuza, la lechuza hace shhh” de la sala de jardín contigua).

Lucía se despidió agradeciendo al gobernador, quien les pidió perdón a ellos y dijo: “por suerte existen aquí gauchos para apuntalar la patria”. Lucía escribió el poema y se lo llevó. Todos lloraban de emoción.

Todos aman, cuidan y disfrutan la nueva escuela.


En la capacitación había una maestra revoltosa, chistosa, que deseaba llamar la atención constantemente. No me miraba demasiado bien y yo esperaba críticas de su parte (criticarme la haría sobresalir). Eso era un problema porque tenía mucha llegada a los demás docentes, más humildes y callados. Me empeñé en querer ganar su corazón. Le hablé cara a cara y mantuve el contacto visual mientras capacitaba. Le presté la atención que necesitaba y quería y la interpelé a decir si realmente era malo lo que yo hacía, porque habiéndola mirado a los ojos, haciéndole hablado personalmente a ella, habiéndola hecho participar en actividades, ya no iba a poder mentir o pasar desapercibida diciendo una cosa por otra.

Su encuesta de evaluación de la jornada fue genial. No hizo más que decir cosas bonitas de mí y de la capacitación. Pero lo más lindo fue que lloró con un texto que les leí (“mis primeros acercamientos a los libros, de Graciela Cabal). Se emocionó mucho, abrió su corazón y se ubicó en un lugar muy distinto del que venía ocupando, como defensa o coraza. Creo que esto resultó un aprendizaje maravilloso para ambas.

Durante la capacitación las docentes resaltaban la calidad humana de sus alumnos. Lo agradecidos que están, lo educados que son, que siempre saludan, se esfuerzan mucho por ir a clases, por aprender, etc. que ellas saben que en las grandes ciudades generalmente no sucede esto, que la rebeldía adolescente pasa por no saludar, putear, faltar el respeto… y la verdad que tienen razón. La educación acá será peor en muchos sentidos, mejor en otros, pero qué lindo que no se falte el respeto a los adultos y pared, a las autoridades, que se valore al maestro, que el esfuerzo por estudiar e ir a la escuela, contenerse, valorarse, sea conjunto y de todos los actores involucrados.

La calidez humana, el ritmo de vida y la valoración de la misma definitivamente difieren de las de la gran ciudad. Y aunque hay de todo en todos lados, estos valores esenciales son distintos y se sostienen, y se los puede percibir acá en todas las personas y en cualquier circunstancia, distanciando Buenos Aires del interior como en las épocas más unitarias de nuestro país.