Como Dumbledore con su pensadero, me interesa volcar los pensamientos que considero importantes en algún lugar. Uso este blog para no olvidarlos, para recurrir a ellos de forma más explícita y menos distorsiva que en la mente misma, y también para compartirlos. Aunque no escribo específica ni únicamente sobre educación, soy maestra y educadora de alma, y este tinte estará presente en todas y cada una de mis palabras.
Así, los dejo flotando en el ciberespacio y en la posibilidad de cada uno de adueñarse de estos pensamientos, sin la necesidad de una varita mágica, pero con el requerimiento de una suspicacia particular.



miércoles, 28 de diciembre de 2011

Preservar la induvidualidad

“Los hermanos sean unidos
Porque esa es la ley primera
Tengan unión verdadera
En cualquier tiempo que sea
Porque si entre ellos pelean
Los devoran los de ajuera”

(Martín Fierro)

Hace un tiempo tengo algunas ideas en la cabeza que me generan inquietud. Creo que este es el espacio propicio para ponerlas en palabras y, por lo tanto, ordenarlas. Es fuerte escribir o decir un pensamiento, pero es la forma de hacerlo presente, de darle vida, de que exista.

El vínculo entre hermanos es muy especial. Como todo vínculo familiar, es de carácter incondicional. Más allá de los avatares de la vida, de las peleas, de las distancias o de las crisis, este vínculo es inquebrantable y resiste. El lazo entre hermanos es particularmente estrecho. Y esto va más allá de lo bien o mal que se lleven entre sí. Es una fuerza que supera y envuelve la cotidianeidad, que hace que sintamos amor y admiración por ese otro (hermano), que sintamos en carne propia su dolor y demos nuestra vida por la de él si es necesario.

Personalmente creo que quien no tiene hermanos es alguien se está perdiendo de algo en la vida. Por favor no se ofendan quienes se sientan tocados. No digo que por eso va a ser peor persona o más limitado. Creo que tener uno o varios hermanos te enseña y te pone en un lugar que, con todos sus pros y sus contras, es irremplazable. Seguramente ser hijo único también, pero no soy quién para hablar de ello así que prefiero abocarme a lo otro.

Tenemos, entonces, una dupla de hermanos (puede reflejarse en esta imagen la relación entre más de dos, si se quiere) que viven bajo el mismo techo y tienen algunos años de diferencia. La fluidez e intensidad de la relación entre ellos puede variar según el carácter de cada uno, según el momento de la vida de cada cual, según pasen los años para ambos, según el tiempo que pasen juntos o separados, y, principalmente, según las costumbres familiares y el discurso y valores que directa e indirectamente les transmitan los padres.

¿Los padres? ¿Por qué?

Difícilmente los hijos se lleven bien, aprovechen, valoren y expriman los vínculos entre sí si sus padres no se llevan bien con sus propios hermanos, si no los tratan bien a ellos (los hijos), si no se llevan bien entre sí…

Sí, lamentable o afortunadamente, la sana unión entre hermanos depende de estas y otras cosas.

¿Por qué lamentablemente?

Porque entonces existen casos en que los chicos se pierden de transitar todo este amor fraternal del que estoy hablando, gracias a este tipo de factores (ajenos a ellos, pero que los condicionan y determinan siendo chicos y no pudiendo ni sabiendo decidir por sí mismos).

¿Por qué afortunadamente?

Porque sabiéndolo, no podemos mirar para otro lado. Tenemos que hacernos cargo como padres y usar estas “armas” para el bien de nuestros hijos, para que crezcan en un ambiente cuidado, feliz y sanamente compartido entre hermanos.

De muchas formas es, entonces, responsabilidad de los padres cuidar y alimentar la relación entre sus hijos (la fraternidad naturalmente dada entre ellos).

Una de las formas de hacerlo es preservando su individualidad.

¿Cómo sería?

Parece paradójico: queremos incentivar su socialización, su relación con un otro (hermano), sus aspectos vinculares, su capacidad de compartir y la forma de hacerlo es, dijimos, preservando su individualidad. La vida está llena de paradojas, contradicciones e inexplicables.

En este caso, se reivindica este antónimo social-individual / compañía-soledad como un ida y vuelta necesario y enriquecedor, que conviene conocer, aceptar y fomentar.

¿A qué me refiero y a qué quiero llegar, concretamente?

La relación entre los hijos y, por decantación, la relación de cada hijo con sus padres, su vínculo con pares, su conducta en general, mejora notablemente si creamos, respetamos y sostenemos un “espacio” para cada uno de ellos.

Un “espacio” en el corazón de la mamá y del papá sólo para él/ella. No para su hermano/a. Y otro para su hermano/a.

Un “espacio” en la casa, teniendo cada cual su habitación propia, sus juguetes, su ropa (y, por favor, no TODA heredada de sus hermanos mayores).

Un “espacio” para jugar con sus amigos o sus primos mientras el hermano/a se queda en casa… aunque se queje.

Un “espacio” y un tiempo para recibir regalos, al menos en su cumpleaños, sin la necesidad de que su hermano/a TAMBIÉN reciba, para que no se sienta mal (y haga un berrinche)…

Un “espacio” en nuestra semana para dedicarle al juego con él/ella, y OTRO para el juego con él/ella y sus hermanos/as. Esto quiere decir, que si estoy jugando con uno y viene el otro y se suma, ¡no lo dejo! Y esto no es por ser mala madre o mal padre. Quizás lo dejo algunas veces. Pero otras veces le pido que se busque otra cosa para hacer, porque ahora estoy jugando con su hermano/a. Y luego, me acerco a él/ella y le digo que es SU turno de jugar con mamá/papá.

Y así, en un sinfín de acercamientos y sana distancia que preserva el ser esencial, individual, interno de cada chico, que necesita atención exclusiva para formar su subjetividad, convertirse en una persona íntegra y social.

Mejoran enormemente las relaciones de ese niño/niña que tuvo sus “espacios”, las relaciones con sus padres, con sus amigos, con gente desconocida, con sus hermanos (tema de esta nota), si hacemos a un lado ideas como: que tienen que estar siempre juntos porque son hermanos, que todo lo que es de uno es de otro, que tienen que hacer las mismas actividades porque son hermanos y si uno no las hace puede ponerse mal, que tienen que compartir la mayor cantidad de tiempo posible porque se llevan bien, se quieren y se extrañan cuando están lejos…

Son todas frases, pensamientos y sensaciones que existen en los hogares, se instalan y los invaden. Además, sobrecargan emocionalmente a los chicos, depositarios de todas esas erróneas ideas, sin herramientas para procesarlas.

Sé perfectamente que es mucho menos trabajo hacer las cosas de esta manera (todo juntos) en vez de preservar la individualidad de cada uno con pequeños actos y decisiones de todos los días. Estos actos y decisiones (no tan pequeños) llevan tiempo, consumen energía y hasta nos llevan a tener que aguantar algún capricho del hermano que quiere tener sus cinco minutos de fama cuando hay otro en el centro de la escena.

A los padres les cuesta cada vez más hacerse cargo de la crianza de sus hijos contemplando todas estas cuestiones. A veces porque no se dan cuenta. A veces porque se ven sobrepasados por las condiciones de vida actuales y particulares de cada uno. A veces porque tienen demasiados hijos. A veces porque no tienen herramientas suficientes para encarar una tarea semejante. Muchas veces porque no se ponen de acuerdo en los criterios básicos de crianza entre sí (padre y madre) y recaen en peleas o discusiones y mensajes incoherentes hacia sus hijos, que es lo peor que pueden hacer. A veces por una suma de todas las razones anteriores. Algunas veces, porque es más fácil hacer las cosas de otra manera; resulta más cómodo. Pero esa comodidad es sólo aparente.

Es cierto que:

-          Cuando les doy atención a ambos juntos, siempre juntos, no tengo que aguantar los pataleos de ningunos por querer llamar la atención…
-          - Facilito la dinámica familiar llevando y trayendo a los chicos a todos lados juntos…
-          Predico el amor fraternal cuando mando al hermano/a a la casa de la abuela/o que invitó a uno de los nietos ese día, para que no se sienta triste y excluido… y hasta le digo al invitado real que sea buen hermano, que a él/ella no le gustaría que le hagan eso, y genero un poco de culpa en él/ella.
-          Creo que soy una madre o padre igualitario y democrático si anoto a ambos en natación, porque si a uno le gusta esa actividad seguro que el otro lo va a querer hacerla también…

Pero, a largo plazo, seguramente tendré que lidiar con chicos que:

-          No sepan esperar, no toleren la frustración y no valoren intensamente lo que se les da, porque siempre que quisieron algo se les dio y nunca tuvieron ese tiempo ganado para sí solos.
-          Se peleen en viajes y traslados porque los sobre-exigimos y sobrecargamos de tiempo con otros y no les damos oportunidad de conocerse estando solos, entretenerse y explorar ese mundo, que también tiene sus ventajas.
-          Se sientan defraudados y desilusionados porque no pudieron disfrutar a solas de tiempo con su abuelo/a, que los había invitado a la casa a dormir o a hacer un programa exclusivamente entre abuelo/a y nieto/a, sintiéndose los reyes por un día… lo cual puede traer consecuencias a nivel personal y emocional en ese niño (no pudieron ser los reyes con el abuelo/a y carecen de reconocimiento y apoyo de sus padres, que en vez de preservar su individualidad, mandaron a su hermanito/a con ellos, porque “pobrecito, se angustió al ver que él/ella no iba y el otro/a sí”).
-          No hayan formado el propio gusto y placer por distintas actividades y lo tengan que hacer de grandes, sintiéndose ya seguramente frustrados o dolidos porque en su infancia no se les dio esta oportunidad, cuando en realidad es el mejor momento para hacerlo. U odien la natación porque los obligaron a hacerla de chicos, esos padres despiadados que solo miraban su ombligo y no les dieron lugar a decidir nada, ni lo que sí podían decidir ya a sus cortas edades.


Estos son tan solo algunos ejemplos del daño que se les causa a los hijos perdiendo de vista que son personas individuales y deben ser respetadas como tales. Parece drástica la conclusión y el mensaje de estas líneas, pero es real y serio el tema. Todos podemos hacer las cosas bien, como adultos, como padres, sin importar cuán ocupados estemos, cuánto sepamos de educación, cuán difícil sea nuestra vida o haya sido nuestra infancia. Podemos hacer pequeños cambios en el día a día, con el fin de acercarnos a nuestros hijos y permitirles crecer en un ambiente de cariño, cuidado y contención. El primer paso es reconocer una o varias de las cuestiones que desarrollé, poder reconocerse débiles quizás en algunos de estos puntos, tener la intención de modificar ciertas acciones y hábitos que no son los mejores, que probablemente se nos han estado yendo de las manos y nos llevaron a bajar los brazos. Nunca es tarde para empezar a dar lo mejor de nosotros a estas nuevas generaciones que trajimos al mundo y merecen una vida digna y amorosa.