Como Dumbledore con su pensadero, me interesa volcar los pensamientos que considero importantes en algún lugar. Uso este blog para no olvidarlos, para recurrir a ellos de forma más explícita y menos distorsiva que en la mente misma, y también para compartirlos. Aunque no escribo específica ni únicamente sobre educación, soy maestra y educadora de alma, y este tinte estará presente en todas y cada una de mis palabras.
Así, los dejo flotando en el ciberespacio y en la posibilidad de cada uno de adueñarse de estos pensamientos, sin la necesidad de una varita mágica, pero con el requerimiento de una suspicacia particular.



martes, 7 de diciembre de 2010

Mundos en el mundo

El mundo de los chicos y el mundo de los adultos, son diferentes entre sí. Por algo hace algunos siglos no existía el universo de la infancia como tal, y fue configurándose a partir de reconocer y darle importancia a las características de los niños como algo singular.

Por eso, si bien los niños crecen y los vamos incorporando al universo adulto de a poco, es importante que lo hagamos manteniendo su lugar de niños y procurando que participen de la vida de “los grandes” sólo en la medida de lo necesario, lo saludable, lo que corresponda. Si no, estamos sembrando serias dudas y confusiones en ellos, quienes no distinguirán su rol y el lugar que les compete, y llevarán consigo esa dificultad incluso siendo adolescentes, jóvenes y adultos.

Cuando algún padre me pregunta por qué es tan importante que su hijo o hija aprenda a respetar límites, a reconocer la autoridad, a hacer o no hacer ciertas cosas depende el lugar o situación en la que se encuentre, resulta esclarecedor decirle que ese niño al crecer, deberá respetar límites, reconocer autoridades y hacer o no hacer ciertas cosas dependiendo el lugar o situación en la que se encuentre. O sea, creo que ciertas nociones, valores y conceptos se aprenden de chicos, y es la manera de crecer sanamente y ser una buena persona a lo largo de la vida.

Opino que es distorsivo que un niño de 3, 4 o 5 años cuente, cada vez que puede, que tiene un Audi TT, un mini cooper y una Ferrari. No cuando se trata de un comentario, sino cuando forma parte de su vida, de su mundo, se enorgullece con eso, se entristece si uno de los autos se raya, se cree mejor que los demás por poseer el privilegio de tener esos bienes. ¡Y no porque no sea un privilegio tenerlos! Me resulta distorsivo, porque ese niño debería estar ocupando su tiempo, su mente, su energía, en otros temas. Porque ese niño debería estar relacionándose con los demás por otras cualidades de su personalidad, no por los coches que maneja su papá.

Cuando una nena de 5 años viene con botas de Ricky Sarkany a la escuela, se las muestra a todos y comenta que son de ese diseñador, es porque Ricky está ya en su mundo, formando parte de su personalidad y su alegría, cuando me parece más pertinente que suceda esto a los 18.

A veces los adultos no encuentran otra forma de relacionarse con los chicos, si no es a través de sus propios pensamientos, tópicos, emociones. Es recomendable poder ver al infante como un ser diferente de uno; un ser al que hay que conocer y reconocer en su pequeña sociedad, que es parte de la nuestra, pero no.

No es más ni menos que ver la infancia como un “enigma”, al decir de Jorge Larrosa, al que, por qué no, conocer y reconocer, ir descifrando de a poco, tomándonos nuestro tiempo, acompañándolos y guiándolos en su crecimiento y desarrollo personal, atendiendo a sus necesidades de amor, contención, comprensión; a sus intereses genuinos, dejando de lado, por un rato, los nuestros.