Como Dumbledore con su pensadero, me interesa volcar los pensamientos que considero importantes en algún lugar. Uso este blog para no olvidarlos, para recurrir a ellos de forma más explícita y menos distorsiva que en la mente misma, y también para compartirlos. Aunque no escribo específica ni únicamente sobre educación, soy maestra y educadora de alma, y este tinte estará presente en todas y cada una de mis palabras.
Así, los dejo flotando en el ciberespacio y en la posibilidad de cada uno de adueñarse de estos pensamientos, sin la necesidad de una varita mágica, pero con el requerimiento de una suspicacia particular.



miércoles, 17 de noviembre de 2010

Familia y escuela: distintos escenarios, una misma educación

Artículo escrito para la revista ECOS de la escuela Hölters, en el año 2007.


La familia es el contexto de crianza más importante en los primeros años de vida. Es allí donde los niños y niñas adquieren las primeras habilidades: allí aprenden a reír, a jugar, se les enseñan los hábitos relacionados con la alimentación y con la higiene, y se adquieren valores acerca del modo en que determinadas acciones pueden juzgarse como buenas y malas, y que orientarán la actividad presente y futura.
Afortunadamente, la familia no es el único agente educativo posible. El proceso comienza en ella, pero no termina allí:
“El mundo exterior tiene un impacto considerable desde el momento en que el niño comienza a relacionarse con personas, grupos e instituciones, cada una de las cuales le impone sus perspectivas, recompensas y castigos, contribuyendo así a la formación de sus valores, habilidades y hábitos de conducta” (Bronfenbrenner, 1994)
El potencial de desarrollo de un escenario de crianza se ve incrementado en función de los vínculos que pueden establecerse con otros escenarios. No es tarea fácil lograr estos puentes, pero sí se vuelve tarea necesaria cuando tomamos conciencia de que la tarea de enseñar, ya sea en un ámbito formal o en uno informal, en un contexto primario o uno secundario, involucra PERSONAS. Desde el Jardín de Infantes se vuelve todo esto más intenso, por la intensidad misma que conlleva el trabajo con niños pequeños. Ellos se encuentran en pleno desarrollo de su personalidad y de su subjetividad, y las experiencias y sensaciones que tengan en los primeros años de vida van a ser fundamentales para lo que vivirán en otras etapas. Existe un concepto fuerte en la psicología, que me parece importante para lo que estoy intentando comunicar: el concepto de Resiliencia. El mismo es definido como la capacidad humana para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas, y salir fortalecido de ellas. Todos nos enfrentamos con adversidades: nadie está exento. Creo que quienes estamos ocupando el lugar de adultos formadores, debemos tener como fin principal de nuestra labor con niños, fomentar la Resiliencia en ellos. Las maneras de hacerlo son varias. Entre ellas se encuentra el hecho de brindarles cariño incondicional, ponerles límites siempre que sea necesario, elogiarlos, impulsarlos a que hagan cosas por su cuenta, ayudarlos a que se expresen. Pero una forma fundamental de formar niños resilientes es, como adulto, comportarse con la gente de una forma que comunique confianza y optimismo. Esto está al alcance de nuestra mano, y a veces nos cuesta mucho verlo: podemos inspirarles confianza a los niños, a través de la confianza que nosotros mismos depositamos en los demás adultos que participan de su formación.
¿Qué tipo de personas deseamos formar? ¿Qué ejemplo quiero darle a ese hijo que estoy viendo crecer? ¿Qué expectativas tengo con respecto a ese niño, y, luego, qué parte de mi labor como padre estoy dispuesto a compartir con la escuela que elegí para él?
Es aquí donde entra en juego el factor “confianza”, y, paralelamente, el factor “respeto”. La única forma de favorecer al niño que está creciendo, que está aprendiendo, es estableciendo lazos de confianza y respeto entre los adultos que participan de ese proceso. Es aquí donde vemos que la interacción misma, las relaciones humanas y la socialización son los verdaderos contenidos a enseñar; los únicos motores de la enseñanza en el Nivel Inicial. Muchas otras son las cosas que los niños aprenderán en su paso por la institución escolar, pero lo irán incorporando sobre la base de la fortaleza interna que le hayan brindado esas primeras relaciones de su infancia. Los mensajes contradictorios que a veces se le dan a los niños desde los distintos ámbitos de enseñanza obstruyen la Resiliencia. No permiten que se desarrolle su autoestima, su autoconfianza, sus herramientas para relacionarse y para expresarse, porque se sienten perdidos y pierden a la vez la posibilidad de tener un referente claro que los guíe en su crecimiento.
El mismo niño establecerá vínculos con pares y adultos, y esos vínculos serán más sanos y enriquecedores si la estructura “familia-escuela” (en permanente retroalimentación), ha funcionado y le ha servido de sostén a ese niño.
No parece posible negar que entre el hogar y la institución escolar existen importantes discontinuidades. Esto es y debe ser así, porque son distintos contextos. Cada uno con sus peculiaridades, cada uno con sus funciones, contribuyen a generar el mayor tesoro que se le puede otorgar al niño: el fruto mismo del complemento entre ambos entornos, el fruto de su buen entendimiento y de su interacción.
Todo esto implica la difícil tarea de asumir que existen diferentes formas de educar y estimular al niño o la niña, admitiendo que incluso los pequeños se benefician de ciertas formas de discrepancia, mientras las mismas estén basadas en la confianza y el respeto que anteriormente hemos mencionado.
Los niños no son independientes de su entorno. De hecho, son muy permeables a lo que en él sucede. Los padres, los educadores, y las relaciones que primariamente establezcamos unos con otros, son indispensables para fomentar la Resiliencia en los niños, para volverlos personas fuertes, dignas de disfrutar la vida en toda su inmensidad y complejidad.

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